De cuando Rusia era más socialista que nuestros socialistas

     Aunque cueste creerlo, hubo una época en Rusia en la que las mujeres eran mucho más libres y tenían muchos más derechos de los que tiene hoy en día. Y sí, he dicho Rusia; ese país cuyo respeto por los derechos humanos brilla por su ausencia. Lo que vengo a contar hoy es una mirada a un pasado un poco más brillante de lo que parece nuestro futuro.

    En aquella Rusia de principios del siglo XX dominada desde hacía más de tres siglos por un sistema feudal con un autocrático zar a la cabeza, las mujeres eran poco más que animales de tiro en cuanto a derechos. Por supuesto no podían votar; además, eran sometidas a constantes palizas ya que tanto ellas como sus hijos pertenecían por completo al marido. Esta situación cambiaría por completo cuando los bolcheviques llegaron al poder en octubre de 1917 (sí, los de Lenin). Los derechos de la mujer estuvieron muy presentes en la línea de actuación de éstos, especialmente en la de Alexandra Kollontai (1872 – 1952). 



En sus inicios se dedicó a estudiar, entre otros escritos de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, centrado principalmente en las notas sobre el materialismo histórico de Marx y los estudios de Lewis Henry Morgan. Kollontai trató de ir más allá, luchando por desmentir la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer basada en historia y biología. Pero no fue lo único que hizo.

    En 1917, 40.000 mujeres de la Liga Rusa para la Igualdad de las Mujeres marcharon por San Petesburgo a caballo y con dos orquestas (sí, si se hace, se hace bien) hacia la Duma, con intención de reunirse con los diputados. El presidente del Gobierno Provisional, G. Lvov, había rechazado previamente revisar una petición para la aprobación del derecho al voto para las mujeres. ¿El resultado? Lvov tuvo que ceder, consiguiéndose así el primer triunfo para el movimiento.

       En ese mismo año comenzó también la evolución del derecho matrimonial ruso. El problema era que las diferentes cuestiones a tratar (divorcio, situación jurídica de los hijos…) se resolvían con decretos espontáneos y casi desordenados. Así, en 1918 se creó un código de leyes en materia matrimonial, familiar y tutelar que establecía, entre otras muchas cosas, el derecho al divorcio, bien de mutuo acuerdo, bien de manera unilateral; la igualdad entre el hombre y la mujer en sus relaciones personales, económicas y de los hijos. Pausa. ¿Estoy queriendo decir que en 1918, hace más de 100 años, la temible Rusia era tan democrática como, en teoría, somos nosotros ahora, en 2020? Evidentemente. No todo fueron gulags y comunismo mal ejecutado.

        Entre tanto, un año después Lenin pronunció su discurso sobre las tareas del movimiento obrero femenino en la República Soviética. En él, achaca la opresión del sexo femenino en la sociedad a la carga que soportan con el trabajo doméstico (a ver, no estaba atacando la raíz del problema, pero no podemos negar que al menos tocaba uno de sus puntos fuertes), calificándolo como “el trabajo más improductivo, más embrutecedor y más arduo”. Por supuesto, para Lenin la culpa es del capitalismo y la propiedad privada. Pero lo que realmente merece la pena destacar de tanta palabrería (interesante, eso sí) es que deposita la responsabilidad de asentar las bases para lograr una igualdad efectiva entre hombres y mujeres sobre los hombros del Gobierno (y no quiero señalar a ningún político, pero debería señalarles a todos y de paso, tatuarles estas palabras en la frente); eso sí, la igualdad “debe ser fruto de su propio esfuerzo”. Vamos, que todo el mundo tiene que arrimar el hombro.

    Siguiendo con Kollontai, también en 1919 se pusieron en marcha los zhenotdel, departamentos de órganos gubernamentales para atender los asuntos relacionados con las mujeres, creados por ésta e Inessa Armand. Gracias a ellos y su efectiva organización y trabajo, se consiguió la garantía por parte del Gobierno de la jornada laboral de 8 horas, la prohibición de trabajo nocturno y la baja y ayudas por maternidad, así como el establecimiento de un sueldo mínimo son distinción de sexo. Sí, estáis leyendo bien. Esas mujeres tenían unos derechos que, desgraciadamente, muchas otras personas desearían tener actualmente en otros países del mundo. Triste pero cierto. Y lo mejor (o peor) es que hay más.

    A Alexandra aún le faltaba algo por conseguir. En 1920, promovió un decreto en el que instauraba el aborto como un derecho gratuito y libre. Por supuesto, su aprobación fue muy contestada y los motivos por los que se aprobó son elemento de controversia entre diversos autores. Para que esto no dure eternamente (aunque me encantaría), los argumentos principales son, o que la aprobación se debía a cuestiones médicas y económicas, siendo preferible a que se realizaran de manera legal y segura en hospitales (Ludwik Kos – Babcewicz Zubkowski, 1997); o bien, que el gobierno ruso nunca calificó el aborto como un derecho de las mujeres, sino como una simple necesidad en materia de salud pública (Goldman, 1993). Cabe decir que el argumento de Goldman queda completamente debilitado ante la afirmación de Trostki de que el aborto es uno de los derechos cívicos y culturales de la mujer (punto para Trotski. Chúpate esa Goldman). De hecho, en 1936 criticaría la decisión de la burocracia estalinista de penalizarlo por inmiscuirse en la esfera privada de las mujeres al imponerles la maternidad, hecho que calificó como una filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme.

    Finalmente, tengo que hacer mención a los estudios de Kollontai (porque sí, ella estaba 100% comprometida con la causa) sobre la educación, el trabajo y las mujeres.

    Destacaba que las reivindicaciones por la igualdad no eran causa de la incorporación de las mujeres al mundo laboral, sino que era consecuencia de la pérdida de apoyo que se producía por parte del estado y de la sociedad cuando la mujer dejaba de servir para la causa. Dicho de otra forma: ¡Vivan las mujeres! Vamos a darles trabajo porque estamos en guerra y necesitamos gente. Cuando no las necesitemos, se acabó. Asimismo, destacó la necesidad de la educación como factor de importancia en la emancipación de la mujer.

    Espero que después de este resumidísimo capítulo de historia valoréis a esta mujer como se merece y os deis cuenta de que si un puñado de rusos de principios de siglo pudieron hacer una sociedad así, o ellos estaban completamente adelantados o nosotros tenemos demasiados fachas de los que librarnos.

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