Crítica a Pérez-Reverte

Crítica a Pérez-Reverte, en relación con su artículo sobre la ortografía como indicador de ideología

Todo comenzó cuando el académico de la RAE recibió este mensaje: «Las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él». De un plumazo, calificándolo de “estupidez”, se quita de encima Pérez-Reverte el necesario debate de si esto es cierto o no para dedicarse a desvariar. 

Lemas como ni dios, ni amo, ni RAE incendian las redes quienes reivindican que la ortografía de cada individuo marca también su clase. La identidad no está solamente en el patrimonio, el color de piel o el género, sino que se extiende a otras facetas de la persona. Entonces, ¿es escribir como marcan las normas es algo reaccionario y hacerlo con incorrecciones gramaticales es insumiso? 

Las razones para escribir mal no son, como dice el autor, la incultura o la falta de ganas de aprender. La educación en el Estado español es obligatoria hasta los dieciséis años y, si bien es cierto, no hay que olvidar que existen realidades como la exclusión social, el abandono escolar, y que en España hace dos años había más de 600.000 personas ágrafas1. También hay que contar con que para escribir sin faltas de ortografía es necesario leer. El acceso a la lectura como afición no está a mano de todos porque, aunque haya bibliotecas públicas, hay zonas rurales o aisladas en las que esos recursos no están disponibles. Por no hablar de que el hábito de lectura es algo que se toma de los padres y si se está en riesgo de pobreza extrema, los educadores preferirán que sus hijos trabajen a que “pierdan el tiempo” mirando un libro. Entendemos, aun así, que Pérez-Reverte no se dirige a esta gente. Él olvida lo que no quiere recordar y solo habla sobre quienes cometen faltas a conciencia, arguyendo que las faltas son una nueva moda. 

Hablemos de feminismo. Coincido con él en que hay feminismos en plural. Pero no entiendo esto de repudiar el feminismo folklórico —término inventado por él2—. ¿El feminismo de charanga y pandereta es bajuno y disparatado? Me temo que negar la revisión de indicadores machistas en la lengua sí es reaccionario, señor Reverte. Acusa de forzar los mecanismos para cambiar de golpe nuestro habla. También coincido en que eso no es posible, pero yo me planteo si las reivindicaciones son justas más que si son posibles. 

La mala redacción no es una herramienta de lucha contra el “encorsetamiento reaccionario de una casta intelectual”. Ser un maniático por corregir la mala expresión de quienes no escriben bien es situarse con la élite. La relación buena gramática=derechas surge de una interpretación errónea de los argumentos. La buena gramática es síntoma de una buena educación que, como hemos explicado más arriba, no está al alcance de cualquiera. El habla es también un acto político. Igual que los acentos, la escritura es identitaria. Consecuentemente, las diferencias implícitas de clase se reflejan en ella. Pero cómo va uno a darse cuenta de lo que es el privilegio si nada en él. 
La lengua española la hablan 550 millones de hablantes. A los peninsulares se nos olvida a veces el otro continente. La variedad lingüística es un hecho que olvidamos. Las Academias de 22 países se dedican a regular y normativizar la evolución de cada una de esas variantes. Hay que reconocer que la sociedad vive una lengua paralela a ellas, pero lo bueno de que haya 22 y no solamente una, es que también hay Academias que avanzan por diferentes caminos3. Los disparates se regulan solos; los hablantes no admitieron la eliminación de la tilde de sólo y las muletillas son pasajeras. El lenguaje cambia porque la lengua está viva; si no lo hiciera, entonces estaríamos hablando latín. 
La RAE tendrá que manifestarse en estos asuntos. Lo ha hecho en repetidas ocasiones, calificando de innecesario el desdoblamiento y el femenino genérico de incorrecto4. Pérez-Reverte la tilda de contradictoria, pusilánime y cobarde, aunque dice que hay algunos académicos que denuncian la pasividad de otros. Su autoridad indiscutible (la de la RAE) no basta para que los aventureros de la lengua se atrevan a sugerir “iniciativas absurdas”. Pero las nueve mujeres que pertenecen a ella no pasan desapercibidas y mucho menos el hecho de que no llegan ni al 20%. La sociedad está atenta a los cambios, tanto en la lengua como en la sociedad. Los pedimos, los exigimos y lo seguiremos haciendo. 

Y finaliza reiterando que este debate es cuestión de patrimonio lingüístico, que va del prestigio de nuestra cultura y cómo estamos hermanados a ambas orillas del Atlántico. Pero la lengua va mucho más allá. 

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